martes, 21 de febrero de 2012

"La poesía está ahí para recordarnos que algo más existe"

"Mis bichos poéticos", así bautizó Marcel Lueiro Reyes sus versos en el acta de nacimiento de su blog (http://lueiropoeticas.blogspot.com/), un espacio para compartir lo que escribe o lo que otras personas dicen sobre su obra. Por ahí supimos de la publicación de Amanecer del 17 rojo, su primer libro impreso, gracias a la Editorial de la Mujer (2005); también de la llegada de Sopa china de la Editorial Unicornio (2008) y del más reciente poemario Quásar, con el sello editorial de Caminos (2010). Pero el verdadero pretexto para esta entrevista no salió de los enredos del ciberespacio; lo dio Una noche, su poemario ganador del XI Premio Nacional de Literatura Joven Reina del Mar Editores, de la Asociación Hermanos Saíz (AHS). Entre la alegría por la noticia y los mensajes de gente cercana queriéndole felicitar, le llegó este cuestionario. Las respuestas fluyeron, sin ofrecer resistencia.

 —¿Cuándo la poesía empezó a descubrírsete? ¿Cómo te supiste poeta?
—De niño pasé mucho tiempo solo, aun cuando crecí rodeado de las infinitas mujeres que facilitaron mi infancia. Esos espacios de memoria ahora los repaso ensimismado, y entiendo que entre las colecciones de sellos y monedas, los recortes de periódicos con las fotos de mis peloteros favoritos, las costuras de mi abuela, y el ruidoso amor que siempre habitó mi casa de Lawton, se mostraba la poesía. Luego me supe poeta, sin vergüenzas —como dijo Zimborska en su lectura del Nobel—, cuando comprendí que me era mucho más fácil sintetizar y dejar sobre un espacio acotado de página una suerte de organismo vivo, luminoso u oscuro, pero en todo caso dialogante.
—¿En qué momentos has sentido mayor fecundidad creativa?
—Detrás de esa pregunta se esconde otra, que se le suele hacer con frecuencia a los escritores: “¿Necesitas del sufrimiento para crear?” Los mejores momentos para mí son los de la tranquilidad y las ganas de hacer, los de una cierta energía. La poesía no tiene un horario cerrado de trabajo, ni ocho horas ni nada de eso, aunque por placer te sientes todos los días a leer o corregir algo. Eso sí, reconozco que un pasado tormentoso puede incitarte a definir con mayor claridad algunas ideas, y eso es bueno para los que como yo no pueden escribir sumidos en la angustia.
—Entre tus lecturas, ¿qué autores consideras imprescindibles? ¿Por qué?
—Tu porqué me ayuda a acotar la lista, siempre larga, nunca definitiva. De Samuel Feijóo su luminosidad, su sentido del juego y del espacio; de Eliseo Diego, la pasión por los detalles y los corredores de Jesús del Monte, que también son los de mi infancia; de Severo Sarduy, casi todo; el puente que tiró al mundo Lezama, pero también su espacio particular, tan hermoso; de Robert Creeley, la belleza de lo acotado, del mínimo espacio de sentido; de Paulo Leminski, su versatilidad iconoclasta, su trasgresión multimedia, por llamarle de alguna manera. En fin, debo parar... Pero quisiera añadir también a un grupo de autores muy diversos, más cercanos al mundo de las ciencias sociales, donde habitan gente como Natalia Bolívar, Howard Zinn y Manuel Moreno Fraginals.
—¿Cómo conviven en ti el periodista que eres de formación, el editor consagrado a las páginas de la revista Caminos y el poeta que juega a inventar formas y sonidos con las palabras?
—El periodismo me estresa, pero de allí vengo y le agradezco. La edición lleva mucho tiempo, pero es benévola y me ayuda a vivir en todos los sentidos. Creo que la poesía barre y recoge un poco de todo eso. En ocasiones me sorprendo editando poesía ajena o propia o reconstruyendo posibles reseñas periodísticas sobre ella.
—Además de la vocación por las letras tienes una especial relación con la música. ¿Cuánto le debe tu poesía a la música?
—Soy un jazzista frustrado. No lo pensaría dos veces si pudiera irme todas las noches a un club nocturno de La Habana a improvisar con el piano. Esta pregunta me encanta porque me ayuda a entender mejor mi trabajo. Mis versos no son musicales en el sentido estricto; es decir, no riman, ni son fácilmente leíbles o musicalizables. Como trato de jugar con la sintaxis, y muchas veces parto del silencio, hay desconexiones, concretismo, mucha fragmentación. Aun así pienso que tienen musicalidad, que hay un trasfondo donde las palabras encuentran su justo lugar.
—La poesía está llena de imágenes, de estados de ánimo, ¿de qué más? —De todo lo demás. Una de las causas de la infelicidad del hombre y la mujer modernos es haberse desprendido de la felicidad —o haber dejado que otros lo hicieran por ellos— en un sentido teleológico, o sea, de la felicidad como proyecto o sentido de vida. La poesía está ahí justamente para recordarnos que algo más existe, que el misterio es intrínseco a nuestras vidas.
—¿Cuánto de los tiempos que has vivido están en tus versos?
—Están. Me parece una locura intentar traducir todo lo que uno vive y siente a través de una estética determinada. Lo digo porque soy un poeta joven (33 años), y estoy convencido de que aún no he caído en la trampa de las discusiones estéticas. No sé nada sobre coloquialismo o intimismo, si es que existen. Me interesa la poesía como estado dialógico, inclusivo, complementario. Amo tanto a Nogueras como a Hernández Novás, y nunca se me ocurriría pensar que la historia de los últimos cincuenta años de este país queda fuera de sus libros.
—¿Cómo nace un poemario? ¿Cuándo sientes que una obra está lista para compartirla?
—En mi caso siempre nace de un destello, un concepto, una idea. No recopilo poemas para luego formar un libro, sino que intento componerlos en un mismo corpus, buscando un estado de ánimo particular. Mi obra está lista para compartirla cuando me dice cosas a mí, que soy el primero en disfrutarla. En el caso de Una noche, el libro que acaba de ganar el Reina del Mar 2010, me propuse un cierto tono intimista, como si fuera un diario sobre un espacio de tiempo concreto.
—¿Disfrutas leerte, volver sobre tus poemas o los dejas reposar en el tiempo? ¿Te sabes de memoria tus versos?
—No me sé de memoria más que unos pocos de mis versos. Tengo mala memoria para los versos, y eso me produce algunas angustias. Por eso siempre llevo algún librito a cuestas. Envidio a los grandes y verdaderos poetas de la oralidad de antaño, que entraban a la cabaña, miraban al enfermo y luego cantaban una oda en grupo, con los ojos entornados hacia el cielo. Sobre las relecturas y las preferencias, bueno, hago como con las fotos de familia. Guardo, dejo reposar y luego dejo que me sorprendan.
—¿Cómo llegó tu poesía al ciberespacio?
—Internet es la gran paradoja actual. Por un lado, es el supernegocio del XXI, con su publicidad e información alucinantes, con sus infinitas posibilidades para la gestión económica, cultural y política. Sin embargo, por el otro deja ver sus resquicios anticapitalistas. Uno de los más interesantes es el hecho de que la gente se comunique, ya sabemos que a distancia, fríamente, pero se puede comunicar, puede romper las fronteras y encontrar otras felicidades, otras maneras de articularse socialmente. Internet pudiera explotar, de tantas contradicciones, pero mientras tanto mi sitio seguirá allí, un poco desatendido, con sus problemas de conexión.
—¿Cómo aprecias a las nuevas tecnologías de cara al hecho literario, al rol del poeta, a su vínculo con otros poetas, con los lectores?
—Mi libro Sopa china (Premio Nacional Félix Pita Rodríguez 2007) es como una respuesta a esas posibilidades. Me propuse escribir algo que condensara al mínimo en forma y contenido los sentidos que quería compartir, algo que compitiera con el mp3, el email, que se leyera en treinta minutos mientras se espera por una guagua o un amante en una esquina de La Habana. Por supuesto, no pude competir, de ninguna manera. Es una metáfora que revela nuestras incapacidades para lidiar con los placeres de la vida tecnológica actual, la mayoría ajenos a los valores artísticos literarios de la modernidad. Claro, no es lo mismo competir que utilizar e interconectar. En ese sentido, la Red me parece muy útil para enlazar poéticas diversas y dar a conocer tu obra.

Por Tamara  Roselló (entrevista publicada en El Caimán Barbudo).

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